Mis manos frías arropan la botella, y las yemas de mis dedos juegan con su boca mientras mantengo la mirada perdida y hundo mis pies en la arena. Mil recuerdos bailan en mi mente, uno detrás de otro, momentos en los que solo me dejaba llevar por el ritmo que marcaban los latidos de tu corazón. Días de lluvia, en los que no nos importaba llegar empapados, o incluso escuchar el chapoteo del agua dentro de nuestros zapatos al andar. Noches de mayo impregnadas de olor a azahar, quizás algún jazmín también, sí, como aquellos que solía recoger en el Delicias, con la única luz que llegaba de las escenas con sol. ¿Cómo ha pasado el tiempo, verdad?, y sin embargo, yo sigo manteniendo los mismos sueños de entonces. Barquillos de chocolate, chupones de fresa y nata. Tu sabes cuánto me gustaban. Aquella carta medio arrugada, que el cartero dejó en mi buzón, ¿el día de mi cumpleaños?... no, era un dia cualquiera, pero siempre un día especial
Mis dedos se encogen. La última ola de esta noche es mucho más fría, y me recuerda que soñaba despierta. Cierro la botella y la lanzo para que cuando esta última ola se aleje la lleve consigo. Ahora sí, miro el papel arrugado de mi mano, y lo meto en el bolsillo.
Si algún día la recojes, no importará que vaya vacía, el mensaje ya lo conoces.
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